viernes. 29.03.2024
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Los sueños de un niño son como las estrellas, infinitos. Y es que son sus sonrisas las que iluminan el mundo durante las tormentas más oscuras. Unos sueñan con ser ingenieros, periodistas, bomberos, escritores, maquinistas, pilotos, policías, médicos o actores. Sin embargo Álvaro Antón siempre soñó con ser un gran futbolista. Uno de esos que deciden los partidos más importantes y que son aclamados por su juego en los mejores estadios. Por eso, desde muy chico, aprovechaba cualquier momento para jugar en las calles de su pueblo natal, Pinilla de los Barruecos en Burgos. No importaba si llovía o nevaba o el calor era abrasador. No importaban las horas ni tampoco las reprimendas de sus padres por ir a merendar o a cenar. No importaba nada. Álvaro se había enamorado para siempre. Su pasión sería el fútbol. En una ocasión un periodista le preguntó a la téologa alemana Dorothee Solle: ¿Cómo le explicaría a un niño lo que es la felicidad? Y ella respondió: no se lo explicaría. Simplemente le tiraría una pelota para que jugara (Eduardo Galeano). Estudié en las escuelas del pueblo hasta octavo de EGB. Fue ese mismo año cuando el centró cerró. Mari Carmen, nuestra profe era genial. Disfrutábamos mucho de sus clases y de sus consejos. En aquellos años nuestro pueblo tenía mucha actividad. Yo, al terminar las clases, sólo romper zapatillas jugando al fútbol. Pasaba todo el día con una pelota en los pies pensando que algún día sería un gran futbolista. Era mi sueño y siempre luché por él.

Agustín, su abuelo fue quién abrió la cantina del pueblo. Era la casa de todos, el hogar de los amigos, de las tristezas, de los reencuentros y también de las reconciliaciones. Juan Manuel y María del Pino, sus padres, tomaron el testigo del que hoy se conoce como el bar Delpi de Pinilla de los Barruecos. Álvaro se crio al abrigo de los mayores, de sus consejos, de sus charlas y de sus chiquiteos. A los once años, sus padres se dieron cuenta de que el chiquillo tenía un don maravilloso con un balón en los pies. Hizo una prueba con el Atlético Burgalés y fue aceptado en la categoría de alevines de la formación burgalesa. Mi padre era un enamorado del fútbol. Sólo así se puede entender que hiciera muchos días 140 kilómetros para llevarme a los entrenamientos. Aquellas carreteras eran desastrosas y costaba un esfuerzo enorme ir y volver de nuevo de Burgos. Aquella primer alineación fue un sueño. Nunca antes había jugado un partido completo en Pinilla de los Barruecos. Sentí una enorme felicidad porque mi sueño de ser futobolita profesional estaba tomando forma. Fue una ducha de auténtica felicidad.

Lo cierto es que para tener éxito en la vida tienes que ser afortunado, o un poco loco, o muy talentoso o encontrarte en el lugar y el momento adecuado. Al cumplir los 17 los astros sonrieron a Álvaro Antón. El Valladolid, uno de los grandes históricos del fútbol español, se fijó en él. Un delantero rápido, técnico y muy habilidoso que entendía el fútbol de equipo como nadie. Álvaro llega así en plena adolescencia a la capital de Castilla León. Fue muy sencillo tomar la decisión. Estaba ante la oportunidad de mi vida de ser un futbolista profesional. Tenía las llaves de la puerta de mis sueño, el talento y la pasión por jugar. Sabía lo que quería y monté en aquel tren con billete de primera. No lo dudé en ningún momento.

El gran futbolista holandés Ruud Gullit solía decir que un equipo es como un buen reloj. Si se pierde una pieza todavía es muy bonito, pero desde luego ya no funciona igual. Su capacidad para entender el juego en equipo hizo que Antón sobresaliese en el equipo de los juveniles del Real Valladolid. Su maestría con el balón y su esfuerzo continuos le llevan al equipo de Tercera División al finalizar la temporada. En Tercera, durante dos años, Antón hace diabluras con el balón en el campo. Con él el equipo se crece jugando a un gran nivel. Las estrellas de su Pinilla natal vuelven a iluminar su camino. Así es cómo Álvaro llega de la mano de Kresic al primer equipo que esa temporada había descendido a la categoría de plata del fútbol español. Sergio Kresic, el gran estratega, creyó en mí desde el primer día. Gracias a él pude disputar partidos completos y es así como llegó mi primer contrato profesional. Mi sueño se estaba haciendo realidad. Nunca podré olvidar la temporada 2004-2005 en la que cumplí 21 años. Tampoco puedo olvidar mi debut en Primera División en un partido contra el Alavés en Vitoria. Tampoco aquel partido contra el Real Madrid en Copa del Rey. Regatee a Zinedine Zidante, mí idolo y uno de los grandes jugadores de fútbol de todos los tiempos.

El Pucela, después de tres temporadas en Segunda División, asciende a la categoría de Oro del fútbol español. Antón no dispone de minutos y en navidades sale cedido al Ferrol hasta el final de temporada. Triste y abatido Antón llega a Galicia creyendo que está ante un paso atrás en su carrera deportiva. Sin embargo en el Ferrol goza de minutos, de confianza, de cariño y de una afición que desde el principio está con el. Ferrol fue la miel que necesitaba mi enfriamiento. Al terminar la temporada, el Valladolid me cedió al Numancia de Primera División. Llegaba allí de mano de Kresic y de Pacheta que desde el principio apostaron por mí. Soria fue como volver al hogar familiar de Pinilla de los Barruecos. Éramos una gran familia y así era fácil jugar porque puedo decir que era absolutamente feliz.

Dicen que el corazón de los hombres sonríe cuando el alma encuentra su lugar en el universo. Álvaro había encontrado el equipo perfecto. El Numancia era su hogar y el club que confió en él desde el principio. En su velocidad en el desmarque, en su técnica en el pase y sobretodo en su visión del juego colectivo. Sin embargo, la vida son dos escaleras automáticas que suben y bajan al mismo tiempo. Subir es agradable y sencillo, pero hay que saludar siempre a los que bajan. Porque tal vez algún día seas tú el que baje y necesites que los demás te saluden. Aquel día el cielo se volvió turbio y gris y llegó la tan temida tormenta. Antón se rompe el ligamento cruzado en noviembre y se pierde el resto de la temporada. Tenía entonces 25 años y estaba en el mejor momento de su carrera deportiva. Aquella lesión me quitó las ganas de jugar. Desperté de un sueño maravilloso que se había transformado en una pesadilla. El Valladolid decide cederme al Recreativo de Huelva a final de Temporada. Me desvinculé así del Pucela. Después llegué a Cartagena. La temporada fue difícil pero la afición siempre estuvo conmigo y con el equipo. Guardo grandes recuerdos de aquella etapa.

La maleta llena nuevas ilusiones y desafíos siempre está presente en la vida de un futbolista. Así es como Antón tómo un nuevo rumbo para dirigirse a Guadalara. Terrazas había configurado humilde pero buen plantel de futbolitas y Álvaro era una de las piezas más importantes del engranaje. El Guadalaja realiza una muy buena temporada, lo que hace que el teléfono vuelva a sonar. Antón recibe una oferta irrechazable del Recreativo de Huelva y cambia de nuevo de aires para volver a una ciudad que ya había valorado su talento con anterioridad. Es curiso porque el primer año hicimos una gran temporada y pudimos ascender.Y sin embargo, el segundo año fue un desastre total y al final se consolidó el descenso. Aun así, Huelva y el Recre han sido muy especiales en mi vida. Sentí muy de cerca el aprecio y el cariño de una afición realmente especial.

Pero la vida siempre continua. Y nos sorprende con nuevos retos y nuevas experiencia que iluminan nuestra alma incluso cuando apenas hay luz. Así, después de vivir intensamente el fútbol en Huelva, Antón recibe la llamada de la Ponferradina en segunda división. Allí realiza un gran fútbol siendo protagonista indiscutible en el mejor juego del equipo leonés. El Burgos C.F se fija en él y Álvaro vuelve a casa para jugar en el equipo de su tierra. Ahora su familia y sus amigos están cerca y eso le da fuerzas e ilusión para jugar en un nuevo proyecto. Sin embargo, todo lo que podía salir mal sale mal. El equipo no juega bien, no hay ilusión y a nivel ejecutivo la directiva tiene problemas. Álvaro no consigue jugar cómo sabe y el año se vuelve complicado.

Creo que fue el año más difícil de mi carrera deportiva. Tuve la fortuna de recibir la llamada de Onésimo. Me conocía porque había entrenado a las categorías inferiores del Real Valladolid. Me ofrece un papel importante en el Toledo y ni lo pensé. En Burgos lo estaba pasando realmente mal. El Toledo me abrió sus puertas de par en par y de nuevo volví a sentirme querio y apreciado. De nuevo estaba viviendo un bonito sueño deportivo en familia. Estoy muy a gusto aquí y si no ocurre nada especial me gustaría seguir jugando algún año más en esta ciudad.

Álvaro Antón sabe perfectamente que el final de su carrera deportiva está cerca. Sin embargo, todavía mantiene esa ilusión infantil y los recuerdos de niñez en Pinilla de los Barruecos. De las meriendas en el bar de sus padres, al abrigo de los mayores y sus consejos. De las clases en las escuelas con los amigos de pupitre y aventuras. De los inviernos y de la nieve. De las primaveras. De los veranos, al abrigo de las sombras. De rincones y lugares que acarician su alma en los días de tormenta. De tantos y tantos momentos con un balón en los pies y una sonrisa mirando al cielo. Quiero seguir jugando. Quiero seguir disfrutando. Todavía me queda mucho fútbol y mientras esté bien seguiré porque esto es reamente lo que me hace feliz. El día que tenga que decir adios seguiré vinculado al fútbol en el campo. No me gustan los despachos, esa es la verdad.

Para Álvaro su familia es el pilar de su vida. Tiene dos niños pequeños maravillosos. Aimar y Vega han irrumpido en su vida como un huracán fantástico que lo mueve todo a su alrededor. Viven felices en Nambroca, un pueblo importante de Toledo que está muy cerquita de la capital. “A mi hijo le tira mucho esto del balón. Le apasiona el fútbol tanto como a su padre y su abuelo. La verdad es que me gustaría que llegará a jugar de forma profesional. Nuestros niños siempre tendrán nuestro apoyo hagan lo que hagan. Sus padres, su hermana, sus amigos y Pinilla de los Barruecos también están muy presentes en su vida. Antón jamás podrá olvidar el esfuerzo que hicieron sus progenitores para que el pudiera jugar al fútbol. “Les estoy sumamente agradecidos. Nos educaron en valores tan importante como el esfuerzo, la humildad, la constancia, el respeto y el amor por los demás. Dejó grandes amigos en todos los clubes en los que he jugado. Estoy orgulloso de que guarden una muy buena imagen de mí”.

Me haría mucha ilusión que mis hijos quisieran ser futbolistas profesionales