jueves. 28.03.2024

No me gustan las despedidas, por Germán Martínez Rica

Dejo amigos por extraños, dejo la ribera por el mar, dejo en fin cuanto quiero bien…¡Quién pudiera no dejar! Rosalía de Castro.  

 

Germán Martínez Rica

El gran escritor brasileño Paulo Coelho dijo una vez que el que está acostumbrado a viajar sabe que siempre será necesario partir algún día. Y a mí, una vez más, me tocó tomar un nuevo tren esta vez con rumbo a Lisboa. Sin despedirme, sin decir adiós. Porque no me gustan las despedidas. Despedirse de alguien a quien quieres es como sentir un frío eterno cuando no se tiene ropa para abrigar el alma. Despedirse es triste, porque se dejan atrás recuerdos maravillosos junto a aquellos que más quieres. Despedirse significa partir sin saber si habrá un billete de vuelta. Despedirse es recordar besos tiernos, abrazos amables y palabras sencillas que reconfortan, pero que murieron en el pasado. Por eso no me gustan las despedidas. Y por eso no me despedí, al menos, no esta vez. Así, una vez más, preparé mi maleta como quien prepara una casa en miniatura para llevar de un lugar a otro. En la maleta, ilusiones, confidencias, temores, recuerdos, pasiones y esperanzas. Todo en una pequeña maleta. En la entrada de casa, mi Civic, el mejor amigo que jamás haya tenido. Parcheado y con pintura nueva, dispuesto una vez más para acompañarme en mis aventuras. Sensaciones encontradas, de tristeza al alejarme de mi tierra, y de alegría y felicidad al saber que iniciaba un nuevo viaje. Esta vez, me esperaba Lisboa. Y arranqué, una vez más. Fue un viaje apasionante para encontrarme con una ciudad vieja y deslumbrante al mismo tiempo. Lisboa es como una de esas madres que adoran a sus hijos. Siempre da lo mejor de sí misma. Y llegué. Y abrí las maletas. Y entendí que tenía un nuevo hogar. Y comencé un nuevo trabajo, apasionante y retador al mismo tiempo. Y han pasado dos semanas. Y el sol de Lisboa ha hecho su trabajo, acariciando mi piel y mi alma. Y su amiga inseparable, la brisa del atlántico, recordándome cada día que el hogar está allá donde uno es feliz, o al menos lo intenta. Y mi hogar es mi alma, etérea y dulce como el olor de las amapolas en la primavera. No me gustan las despedidas. Por eso, esta vez no me despedí. No quería decir adiós, porque siempre es más reconfortante decir hasta luego. Dejo la casa donde nací, dejo la aldea que conozco, por un mundo que no he visto. Dejo amigos por extraños, dejo la ribera por el mar, dejo en fin cuanto quiero bien…¡Quién pudiera no dejar! Rosalía de Castro.  

No me gustan las despedidas, por Germán Martínez Rica