Ser y no estar
En el monólogo del personaje Hamlet, obra de teatro de Shakespeare, sitúa la vida y la muerte en una profunda disyuntiva entre existir o no existir; estar o no estar; vivir o morir… “Ser o no ser, esa es la cuestión”.
En el monólogo del personaje Hamlet, obra de teatro de Shakespeare, sitúa la vida y la muerte en una profunda disyuntiva entre existir o no existir; estar o no estar; vivir o morir… “Ser o no ser, esa es la cuestión”.
Se utiliza la expresión: “Había una vez…” para iniciar un cuento ideado para el desarrollo imaginativo de los niños.
Se ha vivido con gran repercusión mediática el incendio de los territorios próximos al emblemático pueblo de Santo Domingo de Silos y con repercusiones desoladoras en los pueblos de Quintanilla del Coco –origen del fuego- Santibáñez del Val, la Yecla, los Sabinares de Arlanza, y otros edificios y enseres de mucha estima para sus habitantes.
Al contemplar las imágenes de tantos incendios que están asolando el suelo español, veo a mi tierra cual niña inquieta que nos viene diciendo al oído que tiene miedo. Mucho miedo a los incendios.
Hago esta reflexión cuando evalúo mis comportamientos actuales y hago comparaciones sucesivas con la experiencia del vivir a través de los años.
Uno de los componentes semánticos que encierra la palabra “primavera” responde al inicio de una feliz entrada, tanto en los comportamientos humanos, como en los diversos formatos de la flora y fauna de nuestra tierra.
Es común en las personas mayores volver la vista atrás y remover en la memoria cualquier tiempo pasado porque, a nuestro parecer, como diría el poeta Jorge Manrique, siempre fue mejor.
En mi contexto vital anida ese lenguaje pastoril aprendido en la infancia y rememorado en el libro “Sombras de majadas”.
Esta expresión del título no es de mi propiedad, sino de un señor de edad similar a la mía, Carlos San Juan, profesor universitario y vicepresidente de los urólogos valencianos.
Estamos bajo las sombras, no sólo del invierno con sus tempranos anocheceres, sino bajo esas otras umbrías donde no se vislumbra la luz de la esperanza contra una pandemia pertinaz en sus contagios, y con nuevo traje de presentación.
Me resulta difícil expresar mis sentimientos con el don de la palabra escrita a pesar de mi gran interés por leer y escribir desde los tiempos de mi asistencia a la escuela del pueblo.
La sociedad rural, de la que formo parte, tiene como destino preservar la Naturaleza por múltiples y variadas razones. Una de ellas responde a la necesidad de incrementar las zonas verdes por su connivencia con la salud.
Hemos entrado en el otoño y nuestro entorno se adorna con sus matices de colores amarillentos y marrones que nos descubre una sensación de especial alegría.
Escribo esta vez desde el mundo de los afectos personales y el compromiso que me debo al arte de escuchar las reflexiones y sentimientos propios y ajenos.
He realizado un viaje relámpago a Madrid para hacer los deberes de las citas médicas que nos debemos las personas de edad avanzada en este camino del vivir.
En medio de una primavera exuberante, extasiada en esta orografía de pinares envueltos en polen, rememoro tiempos lejanos no vividos por mí, pero sí analizados en los libros de historia.
Hace unos días encendí la radio sin referencia de cadenas ni programas. Por distraer la mente. De pronto escuché una información casi surrealista. Era por la mañana en la Cadena SER. Hablaban de un pueblo de Soria, La Cuenca, a unos veinte kilómetros de la capital y con muy pocos habitantes.