viernes. 29.03.2024

La nueva ley de educación

En este invierno inacabable compartimos tertulia con los amigos guarecidos en casa o en lugares cerrados para gastar las horas. En este contexto uno de ellos me pregunta: A ver, tú como docente, qué opinas de la nueva ley de Educación de Wert. ¡Glup!... 

He vivido tantas reformas educativas que ya he perdido la cuenta. Y nunca, que yo sepa, se ha tenido en cuenta las opiniones del profesorado. Y voy desgranando mi experiencia en la enseñanza pública durante cuarenta años, desde mis inicios en escuelas unitarias.

            Todas mis opiniones encierran imágenes de alumnos con rostros, con miradas que delatan actitudes, problemas familiares, dificultades o su talento para el aprendizaje…El profesor ha de estar motivado para implicarse en todo el proceso de la educación de los alumnos donde existen valores difícilmente evaluables y que no se contextualizan ni en programas ni en reválidas: la creatividad, los sentimientos solidarios, la ética personal y social, y otros tantos añadidos a la idiosincrasia de cada alumno. Todos los seres humanos somos por necesidad seres morales o inmorales, nunca amorales.  En Educación Primaria, al menos, y en la E.S.O. el profesorado educa para compartir, porque somos intrínsecamente seres sociales, y no para competir. Los centros educativos no deben ser academias, meros repartidores de conocimientos que se han de medir en compartimentos estancos: día, hora y preguntas concretas, sin más. Desgraciadamente la educación, “el cuidado y formación” de nuestros alumnos es algo que se “compra y se vende” en el juego del mercado con conciertos a centros privados y cierta dejación a la escuela pública. Y los números de las diferentes calificaciones no indican calidad de la enseñanza cuando existe segregación económica u otro tipo de discriminaciones. Una enseñanza de calidad requiere un profesorado implicado y un alumnado libre para llegar, si quiere y atendiendo sólo a su valía y a su voluntad, a los estudios de grado superior.

            Creo que, sin un pacto de Estado que regule el mapa educativo en nuestro país, seremos siervos de los Gobiernos de turno que legislan desde los despachos sin conocer la estructura de los colegios, ni oler siquiera el rastro de los diferentes alumnos y sin saber de las inquietudes de los profesores y sus problemas. Las ideologías políticas y las creencias, en casa; los adoctrinamientos en las parroquias.  La ciencia en las aulas.

             

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